En las próximas décadas, tendremos que transformar nuestras economías para cumplir nuestro objetivo común de mantener el calentamiento global por debajo de 2 °C.
A grandes rasgos, sabemos lo que esto implicará y adónde queremos llegar. Hay consenso en que necesitamos cambiar nuestras redes eléctricas a energías renovables, electrificar las redes de transporte y los edificios, modernizarlos para que sean más inteligentes y eficientes en su uso de la energía. También tenemos que pasar a una economía circular, en la que los residuos se reduzcan drásticamente, o incluso se eliminen, y podamos satisfacer nuestras necesidades reutilizando o reciclando los recursos existentes. Pero ahí está el reto: no podemos hacer lo segundo hasta que tengamos todos los materiales que necesitamos para crear lo primero. Y hay un déficit masivo, sobre todo de metales y minerales esenciales para el funcionamiento de casi todas las tecnologías verdes. Todos esos metales y minerales tendrán que extraerse de la tierra.
La minería suele desarrollarse lejos de las zonas urbanas, por lo que es comprensible que la mayoría de la gente no la vea ni piense en ella. Si la gente piensa en la minería, tiende a imaginarla como una industria sucia, peligrosa y destructiva que, al igual que los combustibles fósiles, debe reducirse si queremos alcanzar nuestros objetivos de descarbonización. No obstante, la moderna cadena de suministro de minerales dista mucho de esas imágenes del pasado, y la capacidad del mercado para mantener la oferta al ritmo de la demanda tendrá implicaciones considerables para la política económica y viceversa.
Pensemos en un coche eléctrico típico. Puede parecerse a un modelo convencional con motor de combustión interna, pero requiere seis veces más insumos minerales: más cobre y más manganeso, pero también cantidades significativas de litio, níquel, cobalto y grafito, así como metales de tierras raras(Rare-earth elements). Estos son cruciales para el rendimiento de la batería y para los imanes permanentes que accionan los motores eléctricos.
El crecimiento de los vehículos eléctricos no es ni mucho menos el único factor que impulsa la demanda mundial. Los recursos minerales necesarios para construir una central eólica terrestre son nueve veces superiores a los de una central de gas de capacidad equivalente. En el caso de la energía eólica marina, el multiplicador es aún mayor. La energía solar fotovoltaica utiliza el doble de peso de cobre por megavatio de generación y también cantidades sustanciales de silicio. Desde 2010, se ha producido un aumento del 50% en la cantidad media de minerales necesarios para una nueva unidad de generación de energía a medida que ha crecido la inversión en renovables. También necesitaremos fabricar y desplegar baterías a una escala sin precedentes, tanto para almacenar energía verde para cuando no brille el sol o no sople el viento, como para alimentar los muchísimos dispositivos que recogerán y procesarán datos en las ciudades inteligentes del mañana. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), cumplir el objetivo del Acuerdo de París de estabilizar el calentamiento global por debajo de 2º C supondría cuadruplicar las necesidades de minerales para las tecnologías de energía limpia de aquí a 2040. Para alcanzar la energía Net Zero en todo el mundo en 2050, en 2040 se necesitarían seis veces más insumos minerales que en la actualidad.
La implantación de tecnologías verdes para la descarbonización de la economía es un deber. El éxito de la transición ecológica dependerá en cierto modo de la industria minera como principal productora de minerales esenciales, sobre todo en la próxima década, a medida que avancemos hacia una economía más circular. En última instancia, son un recurso finito, otro límite estricto a la capacidad del planeta para sostenernos. Un pensamiento integrado y con visión de futuro para unir los puntos entre la oferta y la demanda será muy valioso a medida que nos enfrentamos a los retos del futuro.
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