Ese ciclo, ya de por si rápido en la sociedad actual, se acelera de manera súbita como reacción a fenómenos disruptivos como el COVID19. La aparición repentina de un cambio en las condiciones de contorno actúa como un acelerante natural del ecosistema evolutivo de la innovación, comprimiendo el tiempo de desarrollo y activando oportunidades de negocio desconocidas hace apenas unas semanas.
La edificación y en especial la destinada a usos públicos es uno de los entornos que debe adoptar cambios en su concepción. Esos cambios, que pasarán de medidas preventivas e innovadoras a recomendaciones para convertirse finalmente en estándares de aplicación obligatoria, afectarán no solo a la flexibilización y adaptación de espacios y usos, temas ya abordados en otros artículos de nuestra visión sobre la era #POSTCOVID, sino a aspectos técnicos asociados con las instalaciones propias de los edificios y en especial a los relacionados con la ventilación.
Es de esperar que se redefinan las condiciones exigidas en el interior de los edificios. En la actualidad, el caudal de ventilación de los locales se define en función de la calidad del aire requerida, en rangos que van desde optima (hospitales) a baja (áreas técnicas), asignándose unas condiciones de diseño en función de esa clasificación. Es de esperar una redefinición de esas condiciones de diseño aumentando el nivel de exigencia de los entornos para hacerlos más seguros y flexibles frente a circunstancias como las actuales.
Esos cambios esperados afectarán no solo al diseño general de los sistemas, por ejemplo, generando sobrepresión en potenciales salas limpias para evitar la entrada de aire exterior, sino que condicionarán elementos técnicos individuales como las climatizadoras que casi con total seguridad verán afectado su nivel de filtrado.
De manera análoga, debemos estar atentos al potencial uso futuro de los sistemas de aire como herramientas preventivas en el control de patógenos. Del mismo modo que los depósitos de agua caliente generan un shock térmico semanal elevando su temperatura hasta los 70º C para prevenir contaminación por legionela, o que los centros comerciales disponen de cortinas de aire en sus entradas para evitar pérdidas de calor, no es de extrañar que estudios futuros sobre las condiciones de patógenos como el COVID19 aconsejen la adopción de picos puntuales de temperatura o el uso de aerosoles en entradas controladas a centros de pública concurrencia para la mejora de las condiciones de control y propagación de los mismos.
Parece más que esperable que este aumento en los estándares de exigencia en la calidad del aire interior se produzca en edificios que por su naturaleza puedan llegar a utilizarse como entornos sanitarios (residencias de ancianos, áreas polivalentes, etc.) pero no es de extrañar que pueda aplicarse en mayor o menor medida en ambientes tradicionalmente más laxos pero sujetos a grandes concentraciones de personas (bares, cines y teatros, centros comerciales, incluso oficinas..), llegándose a implantar de manera generalizada.
No perdamos la oportunidad de aplicar de inmediato medidas innovadoras que nos ayuden a mejorar nuestra respuesta a fenómenos como los ya vividos.